Liturgia y Participación
Por: Marco A. Di Rupo B
La vida espiritual del cristiano-católico se alimenta esencialmente de los sacramentos y éstos se nos dan en medio del culto litúrgico. El origen de nuestra participación en la Liturgia es el Bautismo. Ésta la define el Concilio Vaticano II como
“el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público. Por ello, toda celebración litúrgica, como obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia” (SC 7).
En otras palabras, son los signos y símbolos con los cuales la Iglesia por medio de Jesucristo, en el Espíritu Santo, da culto a Dios Padre y santifica a los fieles que la forman.
Ahora bien, la liturgia en la Iglesia no se reduce a la parte exterior y sensible del culto, ni a un conjunto de ceremonias, leyes y reglas, es un acontecer vital donde debemos tener presente a Cristo-Sacerdote operando como Liturgo. Esta actuación de Cristo es lo que diferencia la liturgia católica (básicamente sacramental) de un servicio religioso o culto protestante, que son realidades exclusivamente humanas. En una reunión evangélica no existe propiamente liturgia, cualquier conducta es permitida (inclusive las que sobrepasan el respeto y el pudor), la espontaneidad, la improvisación y la invención son la norma. ¿Por qué? Porque Cristo no esta presente en esos cultos con su Cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su Divinidad, como lo está en la Santa Misa.
En efecto, lo novedoso y lo internamente original de la liturgia radica en que, ni se origina en los hombres, ni es una acción solo de los hombres, sino que es obra e iniciativa del Verbo Encarnado, que en cuanto miembros de la Iglesia nos une a Él. Por lo tanto en esta unión ni creamos ni inventamos, la aceptamos como un don y un instrumento de comunión que trasciende todo ingenio e iniciativa humana. En ella se da una verdadera actualización y continuación mediante signos, de las maravillas realizadas por Dios para la salvación del hombre, sobretodo en la eucaristía en la que Cristo mismo se hace presente como Sumo Sacerdote y Víctima de la nueva alianza. El único culto verdadero y agradable al Padre solo lo puede ofrecer el Hijo, pero no lo hace de forma aislada, separada, o solitaria, sino que en un designio de amor ha querido asociarnos a Él para que participemos en su culto perfecto.
He aquí un concepto clave, participar. Cuando participamos, tomamos, recibimos y compartimos algo, pero en el hecho litúrgico vamos más allá, somos "hechos partícipes" de una obra no humana (aunque se de en un ámbito humano). Sin la consciencia de ese "ser hechos partícipes", no puede haber participación litúrgica autentica. Al asumir la liturgia de este modo descubriremos su santidad y su sacralidad, se forjará en nosotros el respeto por sus reglas y el temor reverencial de alterar sus normas y preceptos. Mientra más conozcamos este actuar sacramental de Cristo en su Iglesia, más lo amaremos, adorándolo así en espíritu y verdad.
En este sentido vemos con preocupación una creciente propensión (no en todas la parroquias claro está) a obviar las normas litúrgicas y las directrices que sobre la misma el magisterio pontificio y conciliar ha dictado. Todo esto con el fin de incentivar e incrementar una mal entendida participación más activa de los fieles en la Santa Misa. Al parecer es una tendencia mundial que se expresa en frecuentes y aceptados abusos litúrgicos cometidos tanto por el celebrante como por los fieles, entre los cuales podemos mencionar los siguientes:
Ausencia marcada del silencio sagrado. El templo no es ya "casa de oración" sino lugar de estrépito, foro donde cada quien habla de lo que le viene en gana molestando a quienes desean orar.
Danzas y bailes durante la eucaristía. Moda extraña de origen carismático importada de otras latitudes que convierte el templo en una especie de sala de conciertos o teatro e inclina las mentes no ha Dios sino a los danzantes, estorbando el recogimiento espiritual de los fieles.
La utilización de música profana e incluso protestante en la celebración. Da dolor constatar como la rica tradición musical católica (no solo el canto gregoriano y la polifonía sacra) se ha diluido en medio de géneros musicales mundanos y anti-cristianos y como por ignorancia o condescendencia de los sacerdotes estos se incluyen en la liturgia. Pero peor aún es el uso de cantos protestantes en la misa, lo que denota un desprecio por nuestra fe y por la música católica (que la hay y mucha) y una infidelidad hacia la Iglesia.
Homilías ajenas al evangelio que se proclama y que versan sobre otros temas. A este respecto:
“Es claro que todas las interpretaciones de la sagrada Escritura deben conducir a Cristo, como eje central de la economía de la salvación, pero esto se debe realizar examinándola desde el contexto preciso de la celebración litúrgica. Al hacer la homilía, procúrese iluminar desde Cristo los acontecimientos de la vida. Hágase esto, sin embargo, de tal modo que no se vacíe el sentido auténtico y genuino de la palabra de Dios, por ejemplo, tratando sólo de política o de temas profanos, o tomando como fuente ideas que provienen de movimientos pseudo-religiosos de nuestra época”. (Redemptionis Sacramentum N. 67)
Aplausos reiterativos. Los aplausos la más de las veces se oponen al decoro y la belleza propios de la liturgia donde debe privar el orden, la mesura, y las manifestaciones contenidas. Solo sería conveniente el aplauso cuando va dirigido a Dios, pero como dice el Papa Benedicto XVI
«cuando se aplaude por la obra humana dentro de la liturgia, nos encontramos ante un signo claro de que se ha perdido totalmente la esencia de la liturgia...» (El espíritu de la liturgia. Una introducción, pag. 223).
Falta de sobriedad a la hora del gesto de la paz. Aunque por nuestra idiosincrasia latinoamericana somos dados a manifestaciones emocionales exageradamente extrovertidas como la de saludar a medio mundo durante el gesto de la paz, el sacerdote debería antes que estimular ese comportamiento dar ejemplo de compostura y circunspección para generar en los fieles moderación y la imitación de su conducta.
Lectores no capacitados que destrozan los textos. Privilegiando una supuesta participación se asignan las lecturas improvisadamente y a cualquiera, sin importar si está debidamente capacitado para proclamar un texto bíblico, con lo que la mesa de la palabra no puede ser aprovechada en toda su magnitud.
Anuncios parroquiales extremadamente largos y que no se ciñen a lo esencial. Se ha hecho recurrente también en ciertas parroquias que antes de la bendición final asistamos a una segunda misa, la misa de los anuncios que en no pocos casos pueden durar hasta media hora. Lo esencial debe ser la norma en esto. Anécdotas personales, amonestaciones a grupos o personas, chistes, chismes o rumores etc. están fuera de lugar y no deben ser ventilados en ese momento. Se deben buscar los medios adecuados para que las informaciones lleguen a los parroquianos oportunamente antes de abusar de su paciencia haciéndolos permanecer en el templo más de lo debido.
Transformación del momento del ofertorio en una especie de recreo. Otra costumbre generalizada y a la cual el sacerdote y los laicos más instruidos deberían oponerse de manera constructiva, es el alboroto y la alteración al momento del ofertorio. Enseñemos a los fieles que el orden y el silencio son una constante en la celebración.
Unir fiestas civiles (día de las madres, de la juventud etc.) con la eucaristía. A este respecto la Instrucción Redemptionis Sacramentum es clara:
(75) “Por el sentido teológico inherente a la celebración de la eucaristía o de un rito particular, los libros litúrgicos permiten o prescriben, algunas veces, la celebración de la santa Misa unida con otro rito, especialmente de los Sacramentos. En otros casos, sin embargo, la Iglesia no admite esta unión, especialmente cuando lo que se añadiría tiene un carácter superficial y sin importancia”.
(78) “No está permitido relacionar la celebración de la Misa con acontecimientos políticos o mundanos, o con otros elementos que no concuerden plenamente con el Magisterio de la Iglesia Católica. Además, se debe evitar totalmente la celebración de la Misa por el simple deseo de ostentación o celebrarla según el estilo de otras ceremonias, especialmente profanas, para que la Eucaristía no se vacíe de su significado auténtico”.
Si se quiere agasajar a personas o grupos, el momento de la eucaristía no es el lugar adecuado, se han de buscar espacios y tiempos fuera de la celebración.
Permisividad del celebrante ante el descontrol de los fieles. Los abusos por parte de los fieles casi siempre son consecuencia de la ignorancia y la poca formación, aunque no es raro observar que hasta miembros de grupos apostólicos que se supone, deberían dar el ejemplo, son los primeros en cometer arbitrariedades. Aquí es de suma importancia el ejercicio del carisma de autoridad por parte del sacerdote, amonestando, corrigiendo, instruyendo e inclinando la asamblea hacia la madurez litúrgica. Con extrema tolerancia y condescendencia no se ganan almas ni se logra una participación viva de la comunidad parroquial en la Santa Misa.
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Se piensa erróneamente que para salvaguardar la asistencia a misa u otras actividades especialmente en los jóvenes, hay que permitirles a estos, conductas y salvedades que chocan con un sano comportamiento a lo interno de la iglesia y que a individuos de mayor edad no se les excusan. Es preferible un grupo reducido pero consciente de su fe, fiel y discreto que aprecie en todo su esplendor el don de la eucaristía. No sirve de nada tener un gran número de personas tanto adultas como jóvenes frecuentando la parroquia para distraerlas de sus rutinas, sin una vinculación afectiva y efectiva con Dios y con la Iglesia, mucho menos si para lograr esto, tenemos que pisotear la liturgia.
Dice Juan Pablo II
“Los actos arbitrarios no benefician la verdadera renovación, sino que lesionan el verdadero derecho de los fieles a la acción litúrgica, que es expresión de la vida de la Iglesia, según su tradición y disciplina. Además, introducen en la misma celebración de la Eucaristía elementos de discordia y la deforman, cuando ella tiende, por su propia naturaleza y de forma eminente, a significar y realizar admirablemente la comunión con la vida divina y la unidad del pueblo de Dios. De estos actos arbitrarios se deriva incertidumbre en la doctrina, duda y escándalo para el pueblo de Dios y, casi inevitablemente, una violenta repugnancia que confunde y aflige con fuerza a muchos fieles en nuestros tiempos, en que frecuentemente la vida cristiana sufre el ambiente, muy difícil, de la «secularización»” (Redemptionis Sacramentum n. 11).
El sustento de estos abusos a mi juicio lo proporciona la exigua formación litúrgica de todo el Pueblo de Dios y la duda o la escasa fe en la presencia real de Cristo en la eucaristía tanto del sacerdote como de los fieles. Si tuviéramos verdadera conciencia de esta Presencia Real otra sería nuestra actitud, otro nuestro comportamiento y otra nuestra disposición interior al celebrar. La verdadera participación no se da elevando al grado de costumbre estos abusos ni haciendo de la permisividad la regla. La verdadera participación es consciente, porque se exige que nazca de la fe, de la certeza de que cuando nos integramos en la Liturgia, estamos uniéndonos con el mismo Dios que se nos manifiesta a través de ella. Fructuosa porque debe hacer que los participantes produzcan (gracias a su acción) frutos de salvación. Activa, porque se manifiesta en acciones, palabras, gestos, signos, cantos, silencios, posturas físicas, etc. en la celebración. Participando así, superamos la diferencia entre el actuar de Dios y nuestro actuar, y nos convertirnos en una sola cosa con Cristo.
La Santa misa no es un show para hacer interesante la religión, no es un entretenimiento con fondo religioso, no es un laboratorio donde podemos experimentar a nuestro antojo, no es un acto cultural, no busca divertir a los fieles. Tengamos en cuenta que la misa no es antropocéntrica sino Teocéntrica, no gira en torno a nosotros sino en torno a Dios. Por otro lado, el decoro (ausente en muchas celebraciones) debe ser una de las máximas en la casa del Señor, porque ahí se celebra la Eucaristía. Nada debe haber que turbe, ni disminuya, la piedad y devoción de los que asistimos a misa. Se hace necesario con urgencia una renovada y permanente catequesis litúrgica, una formación ordenada y sistemática, que nos ayude a comprender la grandeza de esa acción de la Iglesia y que se de antes, durante y después del momento celebrativo.
Una liturgia ejemplar nos hace encontrar a Dios, ya que su fin es posibilitar el encuentro con lo divino para convertirnos y santificarnos. Muchos de los que asistimos a misa vamos buscando ese encuentro con Dios presente en el sacramento, buscamos un momento eclesial de intimidad con Él, para fortalecernos y ayudarnos a vivir en un mundo hostil a Dios. Por lo tanto en el momento celebrativo (la misa) no podemos ni debemos repetir los esquemas y comportamientos del mundo. Este es el chantaje en que ha caído en muchas partes el acto litúrgico: adaptar la misa a los gustos y caprichos del celebrante y los fieles, cediendo a las presiones culturales del mundo con el objetivo de atraer almas a Cristo. El fin no justifica los medios.
El Magisterio ha sido claro y constante en alentar a todos los fieles a que exijan una liturgia acorde con las líneas dictadas por él y a denunciar cualquier abuso que en ese campo se de. Como laico católico no es mi interés el sembrar discordias ni polémicas estériles en mi parroquia o mi diócesis, solo me cuento entre los que como dijo Juan Pablo II experimentan una “violenta repugnancia” frente al fractura litúrgica que poco a poco (y en mala hora) esta tomando cuerpo en nuestra Iglesia local. Tampoco pretendo en modo alguno poner en tela de juicio la autoridad del párroco sobre los asuntos que atañen a la porción del pueblo de Dios que la ha sido confiada, pero la obediencia no esta reñida con el pensamiento critico ni con las demandas autenticas.
Para concluir es bueno recordar unas palabras de Juan Pablo II,
“El sacerdote que celebra fielmente la Misa según las normas litúrgicas y la comunidad que se adecua a ellas, demuestran de manera silenciosa pero elocuente su amor por la Iglesia” (Ecclesia de Eucharistia n. 52).
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