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sábado, 16 de enero de 2010


La “Declaración de Manhattan”: el manifiesto que remece Estados Unidos

Por: Prelatura de Moyobamba


* No daremos nuestro consentimiento a ningún edicto que nos obligue a nosotros o a las instituciones que dirigimos a participar en o facilitar abortos, investigaciones que destruyen embriones, suicidio asistido, eutanasia, o cualquier otro acto que viole el principio de la profunda, inherente e igual dignidad de todo y cada uno de los miembros de la familia humana.


* No nos inclinaremos ante ninguna regla que nos obligue a bendecir asociaciones sexuales inmorales, a tratarlas como matrimonios o sus equivalentes, o que nos impida proclamar la verdad, como la conocemos, sobre la moralidad, el matrimonio y la familia.


* No nos dejaremos reducir al silencio o a la aceptación sumisa o a la violación de nuestras conciencias por ningún poder en la tierra, sea este cultural o político, sin importar las consecuencias que esto pueda tener para nosotros.


* Daremos al César lo que es del César, en todo y con generosidad. Pero bajo ninguna circunstancia le daremos al César lo que es de Dios.


Estás son las afirmaciones que han suscrito líderes católicos, protestantes, ortodoxos, unidos en defender la vida y la familia. Con la Casa Blanca en la mira.


Manhattan Declaration Executive Summary. Los cristianos, cuando han dado vida a los más altos ideales de la propia fe, han defendido al débil y al vulnerable y han trabajado incansablemente para proteger y reforzar las instituciones vitales de la sociedad civil, comenzando por la familia.


Somos cristianos ortodoxos, católicos y evangélicos que se han unido en esta hora para reafirmar verdades fundamentales sobre la justicia y el bien común, y para hacer un llamado a nuestros conciudadanos, creyentes o no creyentes, para que se unan a nosotros en la defensa que hacemos de ellos. Estas verdades son (1) la sacralidad de la vida humana, (2) la dignidad del matrimonio como unión conyugal del esposo y la esposa, y (3) los derechos de conciencia y libertad religiosa. En la medida que estas verdades son fundamentales para la dignidad humana y el bienestar de la sociedad, son inviolables y no negociables. Dado que están sometidos cada vez más al ataque de poderosas fuerzas en nuestra cultura, hoy nos sentimos en el deber de alzar nuestra voz en su defensa, y de comprometernos en rendirles honor, sin importar las presiones que nos sobrevengan sobre nosotros y nuestras instituciones para que los abandonemos o que cedamos respecto a ellos. Hacemos este compromiso no como partidarios de un grupo político, sino como seguidores de Jesucristo, el Señor crucificado y resucitado, que es el Camino, la Verdad y la Vida.


Vida humana. Las vidas de los no nacidos, de los discapacitados y de los ancianos están cada vez más amenazadas. Mientras la opinión pública se ha movido en una dirección ‘pro-life’, fuerzas poderosas y decididas están trabajando para expandir el aborto, la investigación que destruye embriones, el suicidio asistido y la eutanasia. A pesar de que la protección del débil y vulnerable es la primera obligación del gobierno, hoy el poder del gobierno está frecuentemente enlistado en la causa de promover lo que el Papa Juan Pablo II llamó “la cultura de muerte”. Nos esforzamos en trabajar incesantemente por la igual protección de todo ser humano inocente en cualquier etapa de desarrollo y en cualquier condición. Rechazaremos el permitirnos a nosotros o a nuestras instituciones el involucrarnos en la eliminación de una vida humana, y daremos nuestro apoyo de todas las formas posibles a aquellos que, en conciencia, hagan lo mismo.


Matrimonio. La institución del matrimonio, ya herido por la promiscuidad, la infidelidad y el divorcio, está en riesgo de ser redefinido, y por lo tanto, trastornado. El matrimonio es la institución originaria y más importante para sostener la salud, la educación y el bienestar de todos. Donde el matrimonio es erosionado, surgen las patologías sociales. El impulso de redefinir el matrimonio es un síntoma, más que la causa, de la erosión de la cultura del matrimonio. Ello refleja que ya no se entiende el significado del matrimonio como incorporado en nuestras leyes civiles así como en nuestras tradiciones religiosas. Es decisivo que ese impulso sea resistido, ya que ceder al mismo significaría abandonar la posibilidad de restaurar una justa concepción del matrimonio, con ello, la esperanza de una saludable cultura del matrimonio. Pondrá en su lugar la falsa y destructiva creencia de que el matrimonio es lo mismo que una aventura sentimental y otras satisfacciones para personas adultas, y no por su naturaleza intrínseca, con el único carácter y valor de acto y relación cuyo significado está dado por su capacidad de generar, promover y proteger la vida. El matrimonio no es una “construcción social”, sino más bien una realidad objetiva: la unión pactada ente esposo y esposa, que es deber de la ley reconocer, honorar y proteger.


Libertad religiosa. La libertad de religión y los derechos de conciencia están gravemente en peligro. La amenaza a estos principios fundamentales de justicia es evidente en los esfuerzos por debilitar o eliminar la objeción de conciencia para los profesionales y las instituciones de la salud, y en las disposiciones antidiscriminatorias que son usadas como armas para forzar a las instituciones religiosas, de caridad, negocios, y proveedores de servicios el aceptar (y hasta facilitar) actividades y relaciones que juzgan inmorales, o que van más allá del negocio. Los ataques a la libertad religiosa son serias amenazas no sólo para los individuos, sino también para las instituciones de la sociedad civil incluyendo a las familias, caridades y comunidades religiosas. La salud y bienestar de esas instituciones ofrecen un indispensable amortiguador contra el prepotente poder de gobierno y es esencial para el florecimiento de cualquier otra institución – incluyendo el mismo gobierno – de la que la sociedad depende.


Leyes injustas. Como cristianos, creemos en la ley y respetamos la autoridad de los gobernantes terrenos. Consideramos un privilegio especial el vivir en una sociedad democrática donde las exigencias morales de la ley son aún más fuertes en nosotros en virtud de los derechos de todos los ciudadanos a participar en el proceso político. Pero también en un régimen democrático, las leyes pueden ser injustas. Y desde el inicio, nuestra fe nos ha enseñado que la desobediencia civil es necesaria frente a leyes gravemente injustas o leyes que pretenden que hagamos lo que es injusto o inmoral. Tales leyes carecen del poder vinculante en conciencia porque ellas no pueden reivindicar ninguna autoridad más allá de la mera voluntad humana. Por lo tanto, ha de saberse que no daremos nuestro consentimiento a ningún edicto que nos obligue a nosotros o a las instituciones que dirigimos a participar en o facilitar abortos, investigaciones que destruyen embriones, suicidio asistido, eutanasia, o cualquier otro acto que viole el principio de la profunda, inherente e igual dignidad de todo y cada uno de los miembros de la familia humana. Además, ha de saberse que no nos inclinaremos ante ninguna regla que nos obligue a bendecir asociaciones sexuales inmorales, a tratarlas como matrimonios o sus equivalentes, o que nos impida proclamar la verdad, como la conocemos, sobre la moralidad, el matrimonio y la familia. Además, ha de saberse que no nos dejaremos reducir al silencio o a la aceptación sumisa o a la violación de nuestras conciencias por ningún poder en la tierra, sea este cultural o político, sin importar las consecuencias que esto pueda tener para nosotros“. Daremos al César lo que es del César, en todo y con generosidad. Pero bajo ninguna circunstancia le daremos al César lo que es de Dios.


ROMA, 25 noviembre 2009 – En este extremo del Atlántico la noticia ha pasado casi desapercibida: aquella referente a un fuerte llamado público a defender la vida, el matrimonio, la libertad religiosa, y la objeción de conciencia, lanzado conjuntamente – cosa rara – por exponentes de primerísimo plano de la Iglesia católica, de las Iglesias ortodoxas, de la Comunión anglicana y de las comunidades evangélicas de los Estados Unidos. Entre los líderes religiosos que han presentado el llamamiento en público, el viernes 20 de noviembre en el National Press Club di Washington (en la foto) estaban el arzobispo de Filadelfia, el cardenal Justin Rigali, el arzobispo de Washington, Donald W. Wuerl, y el obispo de Denver, Charles J. Chaput.


Y entre los 152 primeros que suscriben el llamado están otros 11 arzobispos y obispos católicos de los Estados Unidos: el cardenal Adam Maida, de Detroit, Timothy Dolan, de New York, John J. Myers, de Newark, John Nienstedt, de Saint Paul y Minneapolis, Joseph F. Naumann, de Kansas City, Joseph E. Kurtz, de Louisville, Thomas J. Olmsted, de Phoenix, Michael J. Sheridan, de Colorado Springs, Salvatore J. Cordileone, de Oakland, Richard J. Malone, de Portland, David A. Zubik, de Pittsburg.


El llamado, de 4.700 palabras, lleva por título: “Manhattan Declaration: A Call of Christian Conscience [Declaración de Manhattan. Un llamado de la conciencia cristiana]” y ha tomado nombre de la zona de New York en donde se discutió y decidió su publicación el pasado mes de setiembre. La redacción final del texto fue confiada al católico Robert P. George, profesor de derecho en la Universidad de Princeton, a los evangélicos Chuck Colson y Timothy George, este último profesor de la Beeson Divinity School, en la Universidad de Samford, en Birmigham, Alabama. Entre los otros firmantes figuran el metropolitano Jonah Paffhausen, primado de la Iglesia ortodoxa en Estados Unidos, el arcipreste Chad Hatfield, del seminario teológico ortodoxo de San Vladimiro, el reverendo William Owens, presidente de la Coalition of African-American Pastors, y dos notorios personajes de la Comunión anglicana: Robert Wm. Duncan, primado de la Anglican Church in North America, y Peter J. Akinola, primado de la Anglican Church en Nigeria.


Entre los católicos, obispos aparte, han suscrito el llamado el jesuita Joseph D. Fessio, discípulo de Joseph Ratzinger y fundador de la editorial Ignatius Press, William Donohue, presidente de la Catholic League, Jody Bottum, director de la revista “First Things”, George Weigel, miembro del Ethics and Public Policy Center. La “Declaración de Manhattan” no cae en el aire sino en un momento crítico para la sociedad y la política de los Estados Unidos: precisamente mientras la administración de Barack Obama está muy afanada en hacer pasar un plan de reforma de la atención de salud en los Estados Unidos. Defendiendo la vida humana desde la concepción y el derecho a la objeción de conciencia, el llamado contesta dos puntos puestos en peligro por el proyecto de reforma actualmente en discusión en el Senado.


En el Congreso el peligro ha sido destapado gracias a una apremiante acción de lobby conducida a plena luz del día por el episcopado católico. Después que el voto final había garantizado tanto el derecho a la objeción de conciencia así como el bloqueo de cualquier financiamiento público al aborto, la conferencia episcopal había reivindicado este resultado como un “triunfo”. Pero ahora en el Senado la batalla ha vuelto a comenzar desde el inicio, sobre un texto base que de nuevo la Iglesia juzga inaceptable. La conferencia episcopal ya ha dirigido a los senadores una carta indicando las modificaciones que quisiera que fueran aportadas a todos los puntos controversiales. Pero ahora además está la ecuménica “Declaración de Manhattan”, cuyo último capítulo, titulada “Leyes injustas”, termina con este anuncio solemne: “No nos dejaremos reducir al silencio o a la aceptación sumisa o a la violación de nuestras conciencias por ningún poder en la tierra, sea este cultural o político, sin importar las consecuencias que esto pueda tener para nosotros“. E inmediatamente después: “Daremos al César lo que es del César, en todo y con generosidad. Pero bajo ninguna circunstancia le daremos al César lo que es de Dios“. En un pasaje inicial, el llamado también dice esto: “Mientras la opinión pública se ha movido en una dirección ‘pro-life’, fuerzas poderosas y decididas están trabajando para expandir el aborto, la investigación que destruye embriones, el suicidio asistido y la eutanasia“.


Y es verdad. Según las más recientes encuestas, la opinión pública en los Estados Unidos está virando sensiblemente hacia una mayor defensa de al vida del concebido. De 1995 al 2008 todos los sondeos habían registrado una prevalencia de los pro-choice respecto a los pro-life, con diferencia neta: los primeros con el 49 por ciento, los segundos con el 42. En cambio, hoy, las posiciones se han invertido. Los pro-choice han bajado al 46 por ciento, y los pro-life han subido al 47 por ciento, superándolos. Por lo tanto, los líderes religiosos que apremian a Obama en los terrenos minados del aborto, del matrimonio entre homosexuales, de la eutanasia, saben que tienen con ellos una amplia y creciente parte de la sociedad estadounidense.






El lanzamiento de la “Declaración de Manhattan” ha tenido un fuerte eco en los medios de los Estado Unidos, sin que ninguno protestase contra esta “ingerencia” política de las Iglesias. Pero los Estados Unidos están hechos así. En esa nación existe desde siempre una rigurosa separación entre las religiones y el Estado. Los concordatos no existen y ni siquiera son concebibles. Pero precisamente por esto se reconoce a las Iglesias la libertad de hablar y de actuar en campo público. En Europa el paisaje es muy diferente. Aquí la “laicidad” está pensada y aplicada en conflicto, latente o explícito, con las Iglesias. Esto también es, quizá, un motivo del silencio que en Europa, en Italia, en Roma, ha cubierto la “Declaración de Manhattan”. Es considerada un fenómeno típicamente estadounidense, extraño a los cánones de juicio europeo. Una diferencia análoga de aproximación existe en la comunión eucarística negada a los políticos católicos pro-aborto. En los Estados Unidos la controversia es muy viva, mientras a este lado del Atlántico no. Esta sensibilidad diferente divide también a la jerarquía de la Iglesia católica: en Europa y en Roma la cuestión es prácticamente ignorada, dejada a la conciencia de los individuos. Sin embargo, se debe notar que sobre este punto algo está cambiando en el Viejo Continente. Y no sólo porque hay un Papa como Benedicto XVI que declaradamente prefiere el modelo americano de relaciones entre las Iglesias y el Estado.






Una señal vino hace pocos días desde España, donde la Iglesia católica está en litigio con un gobierno ideológicamente hostil, el de José Luis Rodríguez Zapatero, y donde se prepara una ley que liberaliza el aborto más de cuanto ya lo es. Según cuanto ha referido “L’Osservatore Romano”, el secretario general de la conferencia episcopal española, el obispo Juan Antonio Martínez Camino, no ha dudado en advertir a los políticos católicos que, si votan por el sí a dicha ley, no podrán ser admitidos a la comunión eucarística, porque se pondrían en una situación objetiva de “pecado público”. No sólo. Monseñor Martínez Camino ha agregado que quien sostiene que es moralmente legítimo asesinar a un niño por nacer se pone en contradicción con la fe católica y por lo tanto corre el riesgo de caer en la herejía y en la excomunión “latae sententiae”, es decir, automática. Es la primera vez que en Europa se oyen palabras tan “americanas” de parte de un dirigente de una conferencia episcopal.



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