Por: Amalia Hitcher
Al celebrar la Ultima Cena con los apóstoles, Jesús instituyó la Eucaristía como memorial de su pasión, muerte y resurrección y ordenó a sus discípulos celebrarlo hasta su regreso. En la celebración litúrgica (Santa Misa), este acontecimiento se hace presente. Su sacrificio se renueva en cada Misa celebrada, Cristo asocia a toda su iglesia al sacrificio de alabanza y acción de gracias que ofreció al Padre por nosotros en la cruz y a través de éste derrama la gracia de su salvación sobre su Cuerpo que es la iglesia.
Nos cuenta el Evangelista Marcos: “El primer día de los Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: “¿Donde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? “ Entonces envía a dos de sus discípulos diciéndoles: “Vayan a la ciudad; allí encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua, síganle y allí donde entre, díganle al dueño de la casa: El maestro dice: “¿ Cual es el cuarto donde voy a comer con mis discípulos ? El les enseñará en el piso alto un cuarto grande arreglado y ya listo para la cena. Preparen allí lo necesario para nosotros.” Los discípulos fueron a la ciudad y lo encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua. Mientras estaban comiendo, Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se los dio diciendo: “Tomen, este es mi cuerpo”. Tomó luego una copa y habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos y todos bebieron. Y les dijo: “Esta es mi sangre de la alianza, derramada por muchos. Yo les aseguro que no beberé del producto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”. (Marcos 14, 12-16. 22 26).
Con estas palabras, expresión suprema del amor de Dios, se evidencia el misterio insondable de la “TRANSUBSTANCIACIÓN”: Mediante la conversión del pan y el vino en su cuerpo y su sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Es la última vez que Jesús comparte con los suyos la ceremonia del banquete Pascual. Se cierra el último capítulo del Antiguo Testamento. Lo viejo desaparece.... ¡ Ha llegado el Reino de Dios! ¡El cielo está en la tierra! Cristo se hace nuestro alimento espiritual y se queda con nosotros. Sus discípulos no entienden lo que ven y oyen; el prodigio es demasiado profundo para los ojos y los oídos carnales de aquellos hombres que todavía no tenían al Espíritu Santo. La presencia de Cristo en las especies eucarísticas sitúa la Eucaristía por encima de todos los sacramentos pues en ella están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Esta presencia “real” no puede conocerse por los sentidos sino por la Fe, apoyada en la autoridad de Dios. Jesús que es la Verdad, nos ha dejado la Eucaristía como un misterio de Fe que debemos creer con toda nuestra mente y con todo nuestro corazón. La Iglesia Católica, fiel al mandato del Maestro: “Haced esto en memoria mía”, renueva cada día el Sacrificio Eucarístico ante el altar que representa a Cristo, que se hace presente en unión del Padre y del Espíritu Santo, a través del Sacerdote, quien le “presta” su voz y sus manos. No es el hombre quien hace que las especies se conviertan en cuerpo y sangre de Cristo, es Cristo mismo quien realiza el misterio.
El sacerdote, figura de Cristo, dice: “este es mi cuerpo” y el trozo de pan se convierte en su cuerpo entregado a la muerte por nosotros. Luego dice: “Este es el cáliz de mi sangre” y el vino se convierte en la sangre derramada a favor de nosotros. Las palabras del sacerdote transforman las cosas ofrecidas, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. La finalidad de la santa misa es la misma del Sacrificio de la Cruz: Adoración, reparación, petición y acción de gracias.
ADORACIÓN: Rinde a Dios una glorificación digna de El y por eso, El se inclina amorosamente hacia sus criaturas y da al Sacrificio del Altar un inmenso valor de santificación.
REPARACION: Se ofrece en reparación de los pecados de vivos y muertos y si no le ponemos obstáculos, su eficacia nos alcanza la gracia actual necesaria para el verdadero arrepentimiento de nuestras culpas y pecados.
PETICIÓN: Nuestra oración se une a la oración infinita de Cristo; el Padre la escucha siempre. “Yo sé que siempre me escuchas” (Juan 11, 42) Y en atención a El, nos concede todo lo que necesitamos.
ACCION DE GRACIAS: Ofrecemos al Padre en sacrificio de acción de gracias, a Cristo, quien se inmola por nosotros y con nosotros da gracias a Dios por todos sus beneficios. La celebración litúrgica es el compendio y la suma de nuestra Fe. Ella constituye el acto principal de la religión y del culto católico y es el instrumento de santificación más importante de todos. Cuando vamos a la Santa Misa, asistimos a la muerte de Cristo, con los soldados, la Santísima Virgen, San Juan y los que estaban en el Calvario, porque esa realidad se manifiesta allí. Desde aquel Primer Jueves Santo, cada celebración eucarística tiene un valor redentor y de salvación universal porque “recordamos” la Pascua del Señor y “revivimos” los misterios de nuestra redención, gracias a los cuales podemos tener vida eterna.
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