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jueves, 26 de noviembre de 2009

Los laicos y la Misión Continental

Por: Marco A Di Rupo B



“El Amor es el que da la vida; por eso la Iglesia es enviada a difundir en el mundo la caridad de Cristo, para que los hombres y los pueblos “tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).” Benedicto XVI, Homilía de la Eucaristía en Aparecida, 13 mayo 2007


Hace un poco más de dos años se celebró en el santuario mariano de Aparecida Brasil la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe y entre las conclusiones, recogidas en su documento final, cabe resaltar la convocatoria a la Gran Misión Continental (MC en adelante), para actualizar el mandato del Señor de “ir y hacer discípulos entre todos los pueblos”. La MC es un tiempo de gracia para la Iglesia, un tiempo para tomar conciencia de su auténtica vocación cristiana. Es una Misión permanente, que expresa la voluntad de la Iglesia de ser discípula y misionera de Cristo para transmitir a los demás la alegría de la fe en el actual proceso de cambio que vive la sociedad en general. La MC nos llama a que vivamos el encuentro con Jesús desde la conversión personal, pastoral y eclesial, para que seamos capaces de caminar hacia la santidad y el apostolado y así atraer a quienes han abandonado la Iglesia, a quienes están alejados del influjo del evangelio y a quienes aún no han experimentado el don de la fe. En Venezuela la MC adquiere tintes peculiares dado que nos encontramos en plena concreción de los lineamientos emanados del Concilio Plenario de Venezuela. Esta situación exige llevar a la práctica en una especie de simbiosis las indicaciones y los retos que ambos documentos plantean a los cristianos-católicos, muy especialmente a los laicos.


Antes de abordar este tema, debemos reflexionar un tanto, sobre lo que se entiende por laico. Siguiendo al Catecismo de la Iglesia Católica en su N° 897 tenemos que:

"Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo. Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo" (LG 31).

En este sentido son hombres y mujeres de la Iglesia en el mundo, y a la vez hombres y mujeres del mundo en el interior de la Iglesia. Como laicos debemos tomar conciencia no solo de “pertenecer a la Iglesia”, sino que, “somos Iglesia”. Nuestra misión propia y específica como laicos, la realizamos en el mundo dando testimonio de vida cristiana y contribuyendo con y en nuestras actividades particulares a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio.


Todo laico es Sacerdote (sacerdocio común de los fieles) pues al estar consagrado a Cristo y ungido por el Espíritu Santo, puede y debe ofrecer como sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo, sus realidades temporales, obras, oraciones, vida familiar, trabajo, y las contrariedades de la vida. Todo laico es Profeta, pues debe evangelizar anunciando a Cristo con el testimonio de vida y de la palabra además de denunciar las estructuras de pecado imperantes en el mundo. Todo laico es Rey pues Cristo le comunicó el don de la libertad regia para vencer en si mismo el pecado y ser autónomo frente a las presiones del mundo.


Ahora bien, en el ámbito propio de la MC, a los laicos nos corresponde la tarea de vivir la vocación universal a la santidad y a la misión, primeramente impregnando las estructuras eclesiales y los planes pastorales de nuestras diócesis, parroquias, movimientos e instituciones eclesiales y luego, dando respuesta a los problemas actuales del país desde la praxis evangélica, las enseñanzas del Magisterio y nuestro testimonio de vida en la fe, penetrando los sectores culturales, políticos, económicos y dirigenciales de nuestra sociedad. Nos es apremiante ser fermento en nuestras comunidades eclesiales para que nos redescubramos como comunidad atractiva y atrayente, aprovechando las estructuras pastorales ya existentes, renovándolas o creando otras si es necesario. Debemos llegar a los católicos alejados de la Iglesia, a los indiferentes, a los nuevos ambientes socio-culturales, a las instituciones educativas, a los medios de comunicación etc. Todo esto desde la realidad social y cultural de nuestro pueblo, apoyándonos principalmente en la Biblia y el Kerigma e incorporando la religiosidad popular (depurada de elementos extraños) a las celebraciones litúrgicas.


En este sentido debemos redescubrir actitudes típicamente misionales como lo son: respeto, dialogo, gratitud, osadía, creatividad, audacia, misericordia, devoción mariana etc. Desechando todo fanatismo, proselitismo e imposiciones. Asumiendo su rol en la MC, el laico crece en el seguimiento y el discipulado, haciendo que muchos descubran la persona de Cristo y su proyecto presente en la Iglesia. El gran desafío de la MC, “hacer que los creyentes se conviertan en discípulos y misioneros del Señor”, es un proceso largo pero urgente, al cual los laicos no podemos ni debemos sustraernos. Vivamos la MC como un nuevo Pentecostés, saliendo al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de “sentido”, de verdad y amor, de alegría y de esperanza .





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