Por: AMALIA HITCHER.
La moral se define como un conjunto de normas, valores y criterios universales que dan a la vida una orientación y una finalidad. Este es un concepto general pero cuando hablamos de moral personal tenemos que definirla como un conjunto de reglas que deben ser aprendidas desde la infancia, para que al ir formando la conciencia en el menor, vaya logrando también una humanización progresiva, que siembre en su corazón la ley que regirá su propia vida. La enseñanza se irá interiorizando con la educación y la práctica y lo que en un principio fue imposición paterna o familiar, se convierte en norma de vida y en exigencia personal. De ahí la importancia de educar y formar la conciencia del joven inculcándole valores que lo dignifiquen en la orientación profunda de la vida y que al hacerse hombre, lo impulsen a actuar siembre guiado por los criterios de esa formación.
La moral personal debe tener en cuenta las circunstancias concretas de cada persona, ya que según la valoración que hagamos de la acción que realizamos, ésta será buena o mala moralmente. La moralidad del acto se rige por el valor que lo guía u origina, respetando siempre ese valor por encima de todo. La conducta personal debe ser guiada por la conciencia moral que es la que nos hace conocer la cualidad de nuestras acciones y es norma rectora de ellas.
Mi padre, hombre de “conciencia recta y veraz”, me dijo siempre que mi vida privada es inviolable pero que esa inviolabilidad lleva implícito el compromiso de vivirla en forma transparente y regida de tal manera por valores y principios éticos, que resista cualquier análisis público. Esta fue su enseñanza permanente de cómo se ha de ser, vivir y actuar y los criterios que instruyeron y orientaron mi conciencia moral.
La moral es una ley del espíritu que significa responsabilidad y obligación y tiene una exigencia de interiorización para lograr la madurez en su correcto uso y para poder actuar con prudencia y sensatez. Para el hombre, inclinado al mal por naturaleza, es difícil conservar y guardar el equilibrio moral; por lo tanto, necesita la formación temprana que se irá profundizando a medida que crece y mas adelante, al hacerse adulto, con la ayuda de Dios y de las “virtudes naturales o adquiridas”, que se engendran en el hombre mediante la educación y al ser enraizadas en su corazón le permiten llevar una vida moralmente buena, en orden a su condición de hijo de Dios.
Para cada acto bueno nos disponen y nos guían las virtudes sobrenaturales infundidas por el Espíritu Santo: La justicia, la prudencia, la fortaleza y la templanza, son fundamentales pues contienen un conjunto de otras virtudes, derivadas de ellas, que nos dirigen para actuar rectamente, conocer la verdad, obrar el bien evitando el mal, desear la salvación, y perseverar inspirados e iluminados por la Sabiduría que viene de lo Alto.
La conciencia moral está regida por la ley natural que Dios ha puesto en el corazón del hombre; ella es luz sobrenatural y un don especial que nos ayuda a elevarnos de lo subalterno a lo eterno, que rechaza dentro de nosotros todo lo que no es puro y ennoblece nuestra naturaleza y nuestras imperfecciones. Es la voz interior que nos indica como actuar y nos ayuda a elegir la mas apropiada entre varias opciones y a tomar la decisión correcta.
La ética cristiana es la motivación que guía la conciencia moral hacia el bien por encima de todo y el cristiano la encuentra en el seguimiento de Cristo y en la experimentación de su amor. Esa motivación nos descubre valores extraordinarios como la verdad, la libertad, el perdón del enemigo, la solidaridad y el compromiso con los mas necesitados, la temporalidad de los bienes materiales, la humildad, la esperanza, la paciencia, el servicio y, sobre todo, nos revela a Dios como valor absoluto.
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