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viernes, 23 de octubre de 2009

IGLESIA, BIBLIA Y TRADICIÓN
Por Marco A Di Rupo B

"La Iglesia es pilar y base de la verdad." 1 Timoteo 3,15
Estamos en tiempos de misión, la Gran Misión Continental que desde Aparecida nos llama a Conocer, Vivir y Anunciar el Evangelio, camino en el que no podemos avanzar, si no establecemos un adecuada relación con la Palabra de Dios, la Biblia. El Documento de Aparecida recoge las palabras del Discurso Inaugural de Benedicto XVI, donde el Papa afirma: "Hay que educar al pueblo en la lectura y la meditación de la Palabra: que ella se convierta en su alimento para que, por propia experiencia, vea que las palabras de Jesús son espíritu y vida. ... Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la palabra de Dios" (n.º 247).

La fe Cristiano-Católica, no puede ser catalogada como una "religión del Libro", a la manera por ejemplo del Islam o el Judaísmo. Por el contrario, la nuestra, es la religión de la "Palabra Viva", confiada por Cristo a sus apóstoles, transmitida fielmente por ellos, y continuada a través de los siglos, por los sucesores que ellos mismos designaron: los obispos. En este sentido la Iglesia Católica es plenamente apostólica, es la iglesia de los "enviados" que llevan, guardan con fidelidad y transmiten íntegramente el mensaje encomendado, la Buena Nueva: el Evangelio.

En efecto, Nuestro Señor, no escribió ni mandó a escribir ningún libro, ni los apóstoles utilizaron en su predicación un Nuevo Testamento, (puesto que no existía), se valieron sí, del Antiguo Testamento, más que todo, para mostrar como las profecías y promesas dadas a sus antepasados por Dios, se cumplieron en su Hijo Jesús. Sólo muchos años después de la partida de Cristo, comenzaron a formarse al calor de la vivencia de la fe, en la comunidad de creyentes (Iglesia) una gran cantidad de relatos escritos (algunos de ellos de autoría apostólica y otros compuestos por cercanos colaboradores) sobre la vida y obra de Nuestro Señor, con los cuales siglos más tarde los obispos de la Iglesia católica (la única que existía) reunidos en el Concilio de Cartago en el año 397, definieron los libros que eran inspirados y los que no, lo que se conoce como el Cánon de la Sagrada Escritura, por esta razón el concepto de iglesias bíblicas es erróneo, ya que no es a partir de la Biblia que nace la Iglesia, como afirman los protestantes, (muchos de ellos piensan que es un libro que les cayó del cielo o que ha existido desde siempre) sino que es a partir de la Iglesia que nace la Biblia tal cual la conocemos hoy.

El sagrado "Depósito de la Fe" Cristiana, lo constituye la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña:

"la Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo". "La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación" (CIC. n. 81)
y

"La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva" (CIC.n. 83).


También la constitución Dogmática Dei Verbum, en relación con la Tradición y la Sagrada Escritura aclara:
"Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad". (DV 9).
 En la misma Biblia encontramos que Tradición son las enseñanzas de los Apóstoles transmitidas a sus sucesores: "Y tú, hijo mío, hazte fuerte con la gracia de Jesucristo. Lo que has oído de mí en presencia de muchos testigos, confíalo a hombres fieles, que a su vez sean aptos para enseñar a otros." (Timoteo 2,1-2) San Pablo no dice "lo que te he escrito", sino "lo que has oído" y exhorta a Timoteo para que éste lo transmita a su vez a otros que sean capaces de seguirlo enseñando a los demás. Esto muestra el carácter de la auténtica tradición.

En los evangelios no está escrito todo lo que hizo y enseñó Jesús:
"hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran". (Jn 21,25).
 En la Sagrada Tradición, la Iglesia guarda y da a conocer con integridad aquello que no está escrito, pero que fue transmitido oralmente por los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos y las instituciones y ministerios que crearon. También en la Liturgia y los escritos de los Santos Padres se encuentra expresada la Viva y Sagrada Tradición.

Es necesario que todos leamos la Biblia, pero como la Iglesia la lee y la ha leído durante siglos. La Biblia antes de ser nuestro libro, es el libro de la Iglesia, y su lectura debe ser sometida al criterio eclesial, criterio que acude a los Padres, a la Tradición y al Magisterio, lo que nos lleva a una sana lectura, a un correcto entendimiento de la recta doctrina y a una vivencia plena y segura de la fe, además leer e interpretar la Biblia en y desde la Iglesia, nos lleva a descubrir su catolicidad.

Terminemos con unas esclarecedoras palabras de Benedicto XVI:
"Es cierto que, como palabra de Dios, la Biblia está por encima de la Iglesia, que ha de regirse y purificarse siempre por ella; pero la Biblia no está fuera del cuerpo de Cristo; una lectura privatizada nunca puede penetrar en su verdadero núcleo. La recta lectura de la Escritura presupone leerla allí donde hizo y hace historia, donde es, no mero testimonio del pasado, sino fuerza viva del presente: en la Iglesia del Señor y con sus ojos, los ojos de la fe. La obediencia a la Escritura es siempre, en este sentido, obediencia a la Iglesia; esa obediencia se vuelve abstracta si intentamos separar la Iglesia de la Biblia o utilizar esta contra aquella. La Escritura viva, en la Iglesia viva, es, también hoy, un poder de Dios que está presente en el mundo, un poder que es fuente inagotable de esperanza a través de todas las generaciones”.













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