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sábado, 31 de octubre de 2009


LA JERARQUÍA EN LA IGLESIA




Por Marco A Di Rupo B



Con mucha frecuencia las sectas protestantes, particularmente las de corte fundamentalista, increpan a los católicos en lo referente al papel de la autoridad y la jerarquía en nuestra Iglesia. ¿Qué es eso de papa, obispos, sacerdotes y diáconos? nos preguntan, y antes de que les podamos responder nos dicen: “eso (la jerarquía y el principio de autoridad) no está en la Biblia, en ella se nos dice que todos somos iguales y por eso en nuestra iglesia nos llamamos hermanos”. Realmente en ninguna secta o iglesita esto es así, en ellas hay pastores y dóciles ovejas, hay quien paga el diezmo y quien lo cobra, unos que mandan y otros a los que solo les toca obedecer, y un sin fin de ministerios cada uno con su jefe. Por lo general el líder sectario es un sujeto impositivo y déspota, su autoridad ni se comparte ni se cuestiona.



Pero: ¿Quién constituyó en autoridad a los que mandan en las sectas? La respuesta es obvia: ellos mismos. Es curiosísimo y mueve a risa ver como se autoproclaman “apóstoles” y “obispos”, “profetas e iluminados” siendo que no cuentan con ninguno de los poderes que Cristo confirió a los apóstoles y que fueron transmitiéndose a sus sucesores y colaboradores (presbíteros y diáconos) mediante la imposición de las manos (2 Tm 1,6. 1Tim 5,22 y Ti 1,5), porque sus organizaciones están fundadas por hombres, separados de la única Iglesia que fundó Jesús personalmente y a la cual hizo partícipe de su poder y autoridad.



Por el contrario, la autoridad de y en la Iglesia Católica tiene su fundamento en Jesús, fuente de toda autoridad. La Iglesia, es una comunidad sacerdotal, sacramental y profética, fue instituida por Jesucristo como sociedad estructurada, jerárquica y ministerial, en función del gobierno pastoral para la formación y el crecimiento contínuo de la comunidad de los fieles. En el Número 877 del Catecismo de la Iglesia Católica leemos:



“De igual modo es propio de la naturaleza sacramental del ministerio eclesial tener un carácter colegial. En efecto, desde el comienzo de su ministerio, el Señor Jesús instituyó a los Doce, "semilla del Nuevo Israel, a la vez que el origen de la jerarquía sagrada".



Los primeros en ejercer esa función ministerial y pastoral fueron los doce Apóstoles, elegidos por Jesucristo como fundamentos visibles de su Iglesia. Como dice el Concilio Vaticano II,



"Jesucristo, Pastor eterno, edificó la santa Iglesia enviando a sus Apóstoles lo mismo que él fue enviado por el Padre (Cfr. Jn 20, 21) y quiso que los sucesores de aquellos, los obispos, que son los pastores en su Iglesia hasta la consumación de los siglos" (Lumen Gentium 18)



En su Evangelio Marcos nos dice que Jesús:



"Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar, con poder de expulsar los demonios" (Mc 3, 14.15)



Es decir, los apóstoles y sus sucesores participan de la misma misión de Cristo. En Lucas leemos:



"Ustedes son los que han perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un reino para ustedes, como mi Padre lo dispuso para mí" (Lc 22, 28.29)



Un reino que es de Cristo pero que sus apóstoles han de expandir por todo el mundo hasta la consumación de todo lo creado. En este Reino la autoridad concedida por Jesús es una autoridad pastoral, doctrinal y magisterial:



"Apacienta mis corderos... Apacienta mis ovejas" (Jn 21,15.17).



Los Apóstoles son partícipes de la misión de Cristo ya que con su autoridad enseñan, absuelven pecados, edifican y gobiernan la Iglesia. Con la elección del grupo de los Doce, Jesús creaba la Iglesia como sociedad visible y estructurada al servicio del Evangelio y de la llegada del reino de Dios. Pero la misión que Jesús confirió a los Apóstoles; la evangelización del mundo entero, requiere un tiempo muy largo, que se prolongará 'hasta el fin del mundo' (Mt 28, 20).



Visto esto, los Apóstoles entendieron que era voluntad de Cristo que cuidaran de tener sucesores que prosiguiesen su misión. Por ello, establecieron 'obispos y diáconos' en las diversas comunidades. El concilio Vaticano II dice a este propósito que los Apóstoles,



"A fin de que la misión a ellos confiada se continuase después de su muerte, dejaron a modo de testamento a sus colaboradores inmediatos el encargo de acabar y consolidar la obra comenzada por ellos, encomendándoles que atendieran a toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo los había puesto para apacentar la Iglesia de Dios (Cfr. Hech 20, 28). Y así establecieron tales colaboradores y les dieron además la orden de que, al morir ellos, otros varones probados se hicieran cargo de su ministerio (Cfr. S. Clem. Rom., Ep. ad Cor. 44, 2)' (Lumen Gentium, 20). De este modo, se instituyó la estructura jerárquica y ministerial de la Iglesia, formada por los Apóstoles y sus sucesores; estructura que no deriva ni de una decisión humana, ni de una anterior comunidad ya constituida, sino que fue creada directamente por Cristo. Los Apóstoles están por lo tanto, en el origen mismo de la jerarquía eclesiástica, que tiene como misión apacentar al Pueblo de Dios en su nombre, y con su autoridad".



La jerarquía está formada por los obispos, presbíteros y diáconos y está al servicio de la comunión de todos los miembros de la Iglesia. Las tareas específicas inherentes a la misión confiada por Jesucristo a los Doce y a sus sucesores los obispos son entre otras: a) Misión y poder de evangelizar a todas las gentes (Mt 28, 18-20; Mc 16, 16-18; Lc 24, 45-48). b) Misión y poder de bautizar (Mt 28, 29). c) Misión y poder de celebrar la eucaristía: 'Haced esto en conmemoración mía' (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 24)25). d) Misión y poder de perdonar los pecados (Jn 20, 22)23) (Cfr. Mc 2, 10). e) Guiar al pueblo de Dios. (Mt 10,40a), (Jn 20, 22-23), (Mt. 18,18).

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