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viernes, 6 de noviembre de 2009

La Santidad y los Santos

Por: Marco A Di Rupo B


“Sean ustedes santos, pues yo, el Señor su Dios, soy santo” Levítico 19,2


En estas tierras calientes de Guarico, vivió una santa, la madre Candelaria de San José, oriunda de Altagracia de Orituco fundadora de la Congregación de las Religiosas Carmelitas de la Tercera Orden Regular, en la actualidad Religiosas Carmelitas de la Madre Candelaria. Esto nos llena de sano orgullo y nos compromete como cristianos católicos a vivir nuestra fe de tal manera que imitemos las virtudes que esta santa practicó y por las cuales la Iglesia la elevó a los altares. También es propicia la ocasión, para reflexionar sobre la santidad y los santos, lo cual trataremos en el presente artículo.


En su origen la santidad era la participación de la vida divina. Por el pecado de nuestros primeros padres se nos privo de ese estado de justicia y santidad originales, quedando nuestra naturaleza herida e inclinada al mal. Nuestro Señor Jesucristo con su obra redentora puso fin a ese orden de cosas reconciliándonos con el Padre, y otorgándonos la filiación adoptiva. La Iglesia Católica es la depositaria de la plenitud de los medios de salvación, es en ella donde conseguimos la santidad por la gracia de Dios, principalmente por medio de los sacramentos del bautismo, confesión y eucaristía. Por el bautismo recibimos los méritos del sacrificio de Cristo, somos liberados del pecado e injertados en Cristo para ser Hijos de Dios y participar de su santidad. Gracias a este sacramento, a los cristianos se nos da la gracia de Cristo, que es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestras almas para curarlas del pecado. Ser santos es hacer realidad el mandato divino: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).


Esta perfección consiste en vivir a plenitud la vida cristiana dejándonos llevar por la caridad y entregándonos totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo, siguiendo las huellas de Cristo, haciéndonos conformes a su imagen, y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. San Pablo usa la palabra "santos" para referirse a los fieles que viven la nueva vida en el Espíritu Santo. (2 Cor. 13,12; Ef. 1,1). El llamado a la santidad es universal, Dios y su Iglesia nos convocan sin cesar a ese estado de vida, todos debemos ser santos. La santidad no es algo para seres especiales o raros, es el camino que debemos recorrer el común de los mortales si queremos llegar a la meta y obtener la corona prometida.


Cuando nos referimos al caso especifico de los santos reconocidos por tales en la Iglesia, como por ejemplo la Beata Madre Candelaria de San José, nos referimos a hombres y mujeres que han vivido de forma heroica las virtudes cristianas, especialmente la fe, la esperanza y la caridad. La Iglesia (al contrario de lo que creen las sectas evangélico-protestantes) no inventa ni crea santos, simplemente los reconoce, los proclama como tales y los presenta como modelos de conducta e intercesores ante el Jesucristo. Cuando decimos Santos no nos referimos a imágenes, ni a fetiches, ni a estampitas, ni a seres a los cuales hay que propiciar o aplacar (santería). Los santos no son dioses ni hacen milagros, solo interceden por nosotros ante Cristo y nos ayudan con sus oraciones.


Totalmente contrario a los que las sectas proclaman, el proceso para reconocer que una persona vivió plenamente en santidad es bastante profundo. Este proceso consta de tres partes: La primera es la confirmación de las virtudes heroicas del postulante tales como las teologales: fe, esperanza y caridad; así como también los frutos del Espíritu Santo: el amor, la fe, la prudencia, la justicia, la templanza, la fortaleza etc (Gálatas 5,22-23); que se hace después de cinco años de su muerte, y es llevado a cabo por un promotor (persona o grupo) quien se dirige al obispo de la respectiva diócesis. Este eleva una propuesta oficial a la Santa Sede, haciendo llegar toda la documentación recolectada que puede incluir cualquier carta, sermón, alocución, artículo, ensayo o libro escrito por aquél, así como comentarios importantes de él o ella que hayan merecido en el transcurso de su vida; y se le da el título de “Siervo de Dios”. Cuando los tribunales de Roma verifican que la vida cristiana del postulado fue heroica, y por lo menos dos teólogos hayan examinado con lupa de detalles cada palabra, de a cuerdo con la ortodoxia doctrinal, lo denominan “Venerable”.


El segundo paso es la “beatificación”, que se cumple en un lapso de tiempo no menor de veinte años, y es realizado en la Curia Romana por la Congregación destinada para tal fin, quienes nombran a su vez un “promotor de la fe” del Vaticano, más conocido como el “abogado del Diablo” porque tratara de mostrar que no es merecedero de tal reconocimiento. Así como también un postulador o “abogado de Dios”.


La tercera fase es la “canonización”, que se da después de una revisión general de la vida del beato(a), más la confirmación de un nuevo milagro que es obligatorio para ambas categorías (beatificación y canonización). Posteriormente, el Papa como jefe supremo de la Iglesia de Cristo, y haciendo uso del derecho de la infalibilidad pontificia, lo eleva a los altares a la categoría de “santo”, muchas veces en la propia basílica de San Pedro del Vaticano, y lo anota en el catálogo del libro de los santos. Que el ejemplo de la Beata Madre Candelaria de San José nos ayude a ser mejores cristianos y a buscar sin desánimo el sendero de la santidad.

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