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martes, 1 de diciembre de 2009

El ángel cruel cae de su pedestal

El ángel cruel cae de su pedestal

Por François Hauter
Publicado en el diario Le Figaro (Francia)






Millones de adolescentes todavía lucen en sus camisetas la efigie del Che Guevara, a quien consideran un mártir. En realidad, el Robespierre de Cuba fue un ejecutor implacable.


Enfrentado con su inminente muerte fue presa del pánico—lo que prueba que era humano o al menos actuaba como tal—"No tiren! Soy el Che Guevara! Valgo más vivo que muerto!". Exclamó aquel 8 de octubre de 1967 al ser capturado por soldados bolivianos en la cañada de Yuro. Al día siguiente llegó la orden: el capitán de la CIA Félix Rodríguez quedaba encargado de transportar al prisionero que más bien parecía un mendigo andrajoso y mugriento. "Nunca había visto a una persona en tal estado de palidez, estaba blanco como un papel" recuerda uno de los que ayudaron a capturarlo. A las ocho de la noche un soldado boliviano borracho asesinó al Che con una ráfaga de ametralladora. Los bolivianos lo querían liquidar a toda costa. Los americanos preferían maternerlo vivo para no convertirlo en un mártir, que es lo que terminó ocurriendo.


En la isla de Cuba, en Octubre del 2007, los gigantescos afiches muestran como siempre la cara radiante del Che. Y ese patético anciano, Fidel Castro, continúa usando esas imágenes como pantalla donde proyectar sus últimos delirios.


Las fantasmales imágenes del Che son parte del paisaje de Cuba, donde once millones de habitantes se debaten en la miseria rogando por dólares a los turistas que se asombran ante ese panteón de dioses de pacotilla, ese burdel para operadores de turismo sin escrúpulos. Solo el Che sobrevive, flotando todavía sobre los restos de este naufragio como un mito indestructible. Ya el Muro de Berlín y la Unión Soviética han desaparecido y China trata de controlar la ola de capitalismo salvaje desatada dentro de sus fronteras. Régis Debray, lo ha resumido muy bien: “Nada puede hacerse contra el mito. El asesinato lo transformó en un arcángel..."


La ejecución tornó al Che en una especie de símbolo ecuménico. Modistos de alta costura y multitudes en los estadios deportivos usan su efigie como estandarte como en un tiempo lo hicieran con Jim Morrison.


Esta es la hora de la verdad para el Che. Ya no es meramente un idealista asesinado. Hoy se sabe que en Cuba, el Che fue el perro guardián de Fidel Castro, el ejecutor de sus peores bajezas. Carga con cientos de muertos en su conciencia. Fue el carnicero de la prisión de la Habana antes de ser entronizado como mártir. El mismo que fumaba cigarros cubanos mientras asistía a la ejecución de sus víctimas en compañía de sus invitados. "No me vengan con métodos legales burgueses. Las pruebas son lo de menos", dijo implacable antes de ordenar cierta ejecución.

Varios trabajos han sido publicados en este aniversario. El más elocuente es el de Jacobo Machover. El autor, versado en "la obra" del Che, observa: "No hay nada más dogmático que estos textos en los que la más inamovible ortodoxia política se contrapone con un impulso irrestringido de matar." (La Face cachée du Che publ. Buchet-Chastel)


Detrás del personaje de pólvora y sangre, quizás esa mística de la muerte, ese gusto mórbido por el retorno al caos primigenio es lo que tanto fascina a los jóvenes en el carácter del Che. El ángel era en realidad un demonio y lo que lo impulsaba era la destrucción.


Así asesinaba el Ché





Fuente: El Nuevo Herald digital. 28-12-1997.
Por: Pierre San Martin (pseudónimo)


"Eran los últimos días del año 1959; en aquella celda oscura y fría 16 presos dormían en el suelo y los otros 16 restantes estábamos parados para que ellos pudieran acostarse, pero nadie pensaba en esto, nuestro único pensamiento era que estábamos vivos y eso era lo importante; vivíamos hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo sin saber que depararía el siguiente.


Fue como una hora antes del cambio de turno cuando el crujiente sonido de la puerta de hierro se abrió, al mismo tiempo que lanzaban a una persona más al ya aglomerado calabozo. De momento, con la oscuridad, no pudimos percatarnos que apenas era un muchachito de 12 ó 14 años a lo sumo, nuestro nuevo compañero de encierro.


'¿Y tú que hiciste?', preguntamos casi al unísono.


Con la cara ensangrentada y amoratada nos miró fijamente, respondiendo: 'Por defender a mi padre para que no lo mataran, no pude evitarlo, lo asesinaron los muy hijos de perra.'


Todos nos miramos como tal vez buscando la respuesta de consuelo para el muchacho, pero no la teníamos. Eran demasiados nuestros propios problemas. Habían pasado dos o tres días en que no se fusilaba y cada día teníamos más esperanzas en que todo aquello acabara. Los fusilamientos son inmisericordes, te quitan la vida cuando más necesitas de ella para ti y para los tuyos, sin contar con tus protestas o anhelos de vida.


Nuestra alegría no duró mucho más cuando la puerta se abrió. Llamaron a 10, entre ellos al muchacho que había llegado último; nos habíamos equivocado, pues a los que llamaban nunca más los volvíamos a ver.


¿Cómo era posible quitarle la vida a un niño de esta forma; sería que estábamos equivocados y nos iban a soltar? Cerca del paredón donde se fusilaba, con las manos en la cintura, caminaba de un lado al otro el abominable Che Guevara.


Dio la orden de traer al muchacho primero y lo mandó a arrodillarse delante del paredón. Todos gritamos que no hiciera ese crimen, y nos ofrecimos en su lugar.


El muchacho desobedeció la orden, con una valentía sin nombre le respondió al infame personaje: 'Si me has de matar, tendrás que hacerlo como se mata a los hombres, de pie, y no como a los cobardes, de rodillas'.


Caminando por detrás del muchacho, le respondió el Che: 'con que vos sos un pibe valiente'...


Desenfundando su pistola le dio un tiro en la nuca que casi le cercenó el cuello.


Todos gritamos: asesinos, cobardes, miserables y tantas otras cosas más. Se volteó hacia las ventanas de donde salían los gritos y vació el peine de la pistola. No sé cuántos mató o hirió. De esta horrible pesadilla, de la cual nunca logramos despertar, pudimos darnos cuenta después, en la clínica del estudiante del hospital Calixto García, adonde nos habían llevado heridos. Por cuánto tiempo, no lo sabríamos, pero una cosa sí estaba clara, nuestra única baraja era la de escapar, única esperanza de supervivencia".





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